domingo, 10 de febrero de 2019

DESPEDIDAS

Me he vuelto adicta a los finales. Por supuesto esto genera un cierto gusto a la melancolía. Pero el recuperarse a uno mismo es lo único que vale la pena: dejarse ir para encontrarse de nuevo. La rueda inevitable del ser y la nada. Las compañías nunca se igualan. Uno nunca regresa completo: das a cambio de nada. Uno aprende que no tiene que descalabrarse cada vez que se avienta, por supuesto que tarde o temprano te alcanza el golpe, pero ahora aprendes a disfrutar o por lo menos a no padecer tanto la caída: aprendes a flotar.
Las miradas cruzadas jamás se tocarán, los corazones solitarios siempre se quedarán, y las palabras absortas en sus múltiples interpretaciones nos lastimarán con su infinito vacío: nunca dejamos de estar solos y nunca nada tuvo sentido.
El tiempo aparenta haber sido desperdiciado, las respiraciones se vuelven más frías y débiles, pero la estúpida sonrisa sigue ahí creyendo que todo mejorará y que el final nunca nos alcanzará.
Todo en vano.
Y todo tan lleno de placer. Recuperas la vista, la emoción en el pecho, las ganas de embriagarte. La luz de nuevo te toca, la obscuridad te inunda y vuelves a flotar otra vez. Tan triste pero tan llena. Tan vacía pero tan feliz.
Nuevamente: gracias y adiós.

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