sábado, 23 de abril de 2011

SIN TÍTULO

Ella recordaba aquella noche de tranquilidad: después del caos todo es calma. Cerró los ojos para sentir la luz y el viento que la acariciaban. Eso la hacía sentirse no tan sola.

Un piano susurraba una melodía sencilla pero con el suficiente poder como para tocar su alma rota y sin ganas. Ya no bebía por su enfermedad y su triple ser. No sabía si estaba muriendo o si sólo disfrutaba un momento de paz profunda.

Tal vez quería quedarse ahí el resto de su vida, abrazando el desahogo y el movimiento lento de lo eterno.

Sus dedos bailaban delicadamente. Acarició el viento y las notas para ver si así podía despedirse. Siempre se encontraba en lo llenador del vacío, en la carencia de memoria, en lo torpe de sus pensamientos y movimientos.

Nunca supo llorar acompañada, siempre se aferraba a la nada y a la soledad. Quería despedirse pero todo le era inútil: no podía dejar esa estancia cómoda y consumidora. No le causaba placer, le causaba sensaciones de lo que ella era.

La inspiración brotaba de su cuerpo, pero no podía expresarse, no podía alejarse de la contemplación pasiva. Sí, estaba sola, pero era el mayor grado de apreciación estética orgasmeante, era su propio devenir, su reconocimiento en la totalidad.

Derramó una lágrima de aliento y satisfacción, de felicidad… ella se sabía rota, pero estaba viva y sentía, se originaba, pensaba y moría para nacer, para rehacerse, para coserse un nuevo ser y reformularse una nueva estancia en el mundo.