Se ha vuelto tan presente la ausencia en mi, que ahora los demás, al dirigir su voz hacia mi entendimiento, vierten sus deseos expresivos en una espiral que va a parar a la nada. Tal vez es el hecho de creer que no es posible adentrarse en el calor de los demás, que no es posible tocar y ser tocado sin sufrir daño alguno. Tal vez es eso lo que me impulsa a vivir como vivo ahora.
Yo he decidido sólo escuchar. Escuchar a la noche sin pretensión de entendimiento, sólo escuchar por escuchar sin tener que llevar a cabo una conversación. Me siento a escuchar a las ninfas que sonríen cuando todo pareciese estar en silencio, y yo sonrío con ellas. Escucho a los árboles que respiran con impaciencia, con emoción y con ganas de gritar y festejar su ira. Escucho todo esto y más y es entonces cuando me doy cuenta que he empezado a consumirme a su lado… como cualquier alma que pretende vivir.
¿Qué tanto puede importar un alma rota en medio de la noche que todos se niegan a sentir, a explorar, a escuchar o por lo menos a brindarle algo de atención?
Han dejado de escuchar lo que sucede al rededor y, por ende, a ellos mismos. Se han convertido en robots que quieren lograr la felicidad por medio del ensimismamiento y la falta de atención. Ya no importa gritar porque nadie escuchará. Sólo queda dirigir la mirada hacia la oscuridad vertida de sonidos por la noche y la nada.
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